La semana pasada en un acto verdaderamente reivindicativo para las causas justas, así como para la inteligencia, refuté las mentiras difundidas por Enrique Altamirano, director de el diario de hoy, quien acusó al creador del materialismo dialéctico e histórico, Carlos Marx de “inventar la estrategia de vilipendiar y calumniar”, entre otras sandeces. Si algo caracterizó a este genial economista alemán fue el análisis, la investigación seria y documentada, el estudio profundo del sistema capitalista, sus contradicciones que en determinado momento lo llevarían a debacles cíclicas, como lo estamos presenciando actualmente con el derrumbe estrepitoso del sistema financiero mundial y la caída del neoliberalismo, una de sus variantes.
Con todo quisiéramos ahondar más en el tema y explicar que la cada vez más pesada opacidad que recubre la estructura de las sociedades modernas, o al menos las que se precian de ello, así como el uso que de ella hacen las clases dominantes, otorgan, de primera intención, verdadera potencialidad de cambio al pensamiento social y a la necesidad que tienen los ciudadanos de vivir en una sociedad más igualitaria, donde se eliminen esas perversas desigualdades, se combata la acumulación de la riqueza en pocas manos y se brinde oportunidad a las mayorías poblacionales de acceder a la educación, a la salud, a empleos dignos, es decir, a un progreso sostenido.
Es lo que en su tiempo y para todos los siglos analizó y dejó plasmado Carlos Marx. La injusticia en la acumulación de los ingresos, la explotación de la mano de obra, la plusvalía, el crecimiento desequilibrado de las sociedades, la avaricia, la negación de la creatividad de los que producen la riqueza. En ningún momento este hombre utilizó epítetos y groserías como las esgrimidas por Altamirano; por el contrario, a diferencia de lo que cada vez con más justicia puede calificarse como pensamiento social burgués, la ciencia llevada a la práctica por Marx y Engels (juntos propusieron una nueva concepción del mundo basada en el materialismo histórico-dialéctico), al destacar como los ejes primordiales de su discurso a los conceptos de explotación y dominación, al enfatizar el carácter esencialmente contradictorio de todos los fenómenos sociales y de la sociedad misma, es la única capacitada para generar un pensamiento estratégico que guíe la acción política en los momentos de crisis social profunda. No por nada los libros de más venta actualmente en Europa, incluso en Estados Unidos, son El Manifiesto Comunista, El Capital, La Sagrada familia, La propiedad privada y el estado, sólo para citar los que mencionan las agencias internacionales de prensa.
El señor Altamirano, como es natural, asume la defensa de un modelo de sociedad que les proporciona bienestar, les permite seguir atesorando riquezas y gozar de todos esos privilegios que lamentablemente no tienen las mayorías poblacionales. La salud por ejemplo. Este caballero es un instrumento al servicio de las clases dominantes y lo podemos apreciar todos los días en los infames editoriales y en las calumnias, llamadas noticias, que se difunden en su medio publicitario. La conciencia que la burguesía tiene del carácter esencialmente transformador y absolutamente científico del marxismo, se ilustra en los esfuerzos permanentes por (primero) relegarlo a los “bajos fondos” del pensamiento, negándole un lugar en el espacio académico y, luego, al fracasar esta labor de aislamiento, por reducirlo a un simple antecedente, poco relevante, de lo que hoy trata de presentarse como una ciencia social unificada, y por encima de los conflictos de clase.
Cuando el señor Altamirano, insulta, denigra, a Marx, lo hace precisamente para negarle su condición de científico, de académico y pedagogo. Su perfidia, su extremismo ideológico, adquiere así perfiles de violencia inusitada, de amargura, de odio profundo y, contradictoriamente a lo que él afirma, se aleja con rapidez de los marcos del debate de las ideas. Es lo mismo que le ocurre cuando ataca y destila veneno contra el FMLN y su fórmula presidencial: no es capaz de encontrar al menos una propuesta buena, un plan digno de tomarse en cuenta. Siguiendo un guión, un libreto previamente diseñado por sectores oligárquicos, acusa de “comunistas”, de “rojillos” a todas aquellas personas que dentro del sistema y de las mismas reglas impuestas por la burguesía, tratan de impulsar cambios en la sociedad y llevar esperanzas a una población ya cansada de que los mismos políticos les ofrezcan “compromisos que ahora firmamos y mañana cumplimos”, o eso de “construir un país más justo”, cuando ni siquiera se ha tenido la decencia de dotar de medicinas baratas y de mala calidad a los hospitales. Los ataques despiadados del director de el diario de hoy, incluso alcanzan hasta la presidenta de la Defensoría del Consumidor, a quien repetidamente ha llamado “la comisionada roja”, sencillamente porque esta funcionaria se ha atrevido a denunciar los constantes abusos cometidos por algunas empresas al subir descaradamente los precios de los artículos, falsificar los productos, o engañar a los usuarios con los pesos y medidas.
Lo cierto es que la teoría de Marx, sin ser conocida a plenitud se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas. ¿Y cómo puede ser esto si los pueblos como el nuestro no han estudiado el marxismo? Es muy sencillo: la explotación, las desigualdades sociales, la plusvalía, la marginación económica y la opresión política, descritas tan sencillamente por Marx y Engels, se materializan en el diario vivir de la gente cuando no tienen dinero para comer, educar a sus hijos o para llevarlos a una consulta médica. “El hambre es bruta”, expresan las personas; “está cara la vida, ya no alcanza el dinero”, dicen otras. Esto no puede llamarse marxismo, es simplemente una realidad que afronta diariamente el pueblo. Son personas como Altamirano y todos esos testaferros, mercenarios de la palabra y lacayos, los que con sus mentiras, sus difamaciones, van pavimentado la ruta del progreso, por no decir marxismo, en América Latina.
El intento de la fórmula presidencial de Arena por diseñar una alternativa a la crisis social y política ha sido insistentemente presentada como salida democrática que habrá de conducir a una nueva forma de hacer gobierno, a la formación de de una nueva sociedad “ni capitalista ni comunista”. “Un gobierno ciudadano”, expresa el tránsfuga de Zablah. ¿Cómo será eso? De verdad que estamos ante verdaderos genios de la política, grandes pensadores a cuya sombra Marx y Engels se “quedarían chiquitos”. Es quizás por ventura el tercer camino que en su momento ensayaron los populistas en Perú o quizás el socialismo popular impulsado por Gaddafi en Libia. Nada de eso, el populismo, la demagogia, son estrategias, simples medidas, para mantener su dominación sobre el pueblo y continuar con los privilegios para los sectores burgueses. Tanto Ávila como Zablah son simples peones en esta batalla que afronta la oligarquía. Lo que no alcanzan a comprender estos caballeros es que el modelo tan desigual que tratan de maquillar con supuestas alianzas y “acuerdos con diversos sectores de la sociedad” ya tocó fondo y no existen parches para hacerlo agradable y potable a las urgentes necesidades de la gente.
Términos como eficiencia y productividad, que en su momento pudieron ser vendidas dentro de una política económica de claro corte desarrollista y tecnocrático, ya no funcionan, pues los mismos pueblos han entendido que su miseria, su inmovilidad y su estancamiento se deben única y exclusivamente a los modelos aplicados por la oligarquía y las empresas transnacionales. Arena ha sido el instrumento para perpetuar el sistema; pero el tiempo se les ha terminado, y por más inventos que se les ocurran, no podrán contener su caída. Altamirano hace “la lucha” desde su trinchera; lo mismo hace la ANEP, la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador, FUSADES y la Asociación Salvadoreña de Industriales; pero las contradicciones son tan evidentes, lo mismo que la descarada hemorragia producida al mismo aparato gubernamental y estatal que ellos han construido. Un ejemplo nada más de los tantos que existen: el sistema privatizado de las pensiones les reporta anualmente millones de dólares en intereses y comisiones a sus propietarios, como al tristemente célebre Alfredo Cristiani.
Nada más estos apuntes para ilustrar cómo Arena y sus testaferros deforman la realidad y con base en la difamación, en la propaganda negra y las campañas sucias pretenden continuar manteniendo el control del aparato estatal, no está en juego el económico porque esa burguesía no se elimina tan fácilmente y ustedes lo están viendo con la actual campaña para elegir al nuevo presidente de la república. El viejo Carlos Marx, sin embargo, puede seguir descansando en paz, pues sus ideas, su programa económico, su inmenso aporte a las ciencias económicas, están más vivos que nunca.
Con todo quisiéramos ahondar más en el tema y explicar que la cada vez más pesada opacidad que recubre la estructura de las sociedades modernas, o al menos las que se precian de ello, así como el uso que de ella hacen las clases dominantes, otorgan, de primera intención, verdadera potencialidad de cambio al pensamiento social y a la necesidad que tienen los ciudadanos de vivir en una sociedad más igualitaria, donde se eliminen esas perversas desigualdades, se combata la acumulación de la riqueza en pocas manos y se brinde oportunidad a las mayorías poblacionales de acceder a la educación, a la salud, a empleos dignos, es decir, a un progreso sostenido.
Es lo que en su tiempo y para todos los siglos analizó y dejó plasmado Carlos Marx. La injusticia en la acumulación de los ingresos, la explotación de la mano de obra, la plusvalía, el crecimiento desequilibrado de las sociedades, la avaricia, la negación de la creatividad de los que producen la riqueza. En ningún momento este hombre utilizó epítetos y groserías como las esgrimidas por Altamirano; por el contrario, a diferencia de lo que cada vez con más justicia puede calificarse como pensamiento social burgués, la ciencia llevada a la práctica por Marx y Engels (juntos propusieron una nueva concepción del mundo basada en el materialismo histórico-dialéctico), al destacar como los ejes primordiales de su discurso a los conceptos de explotación y dominación, al enfatizar el carácter esencialmente contradictorio de todos los fenómenos sociales y de la sociedad misma, es la única capacitada para generar un pensamiento estratégico que guíe la acción política en los momentos de crisis social profunda. No por nada los libros de más venta actualmente en Europa, incluso en Estados Unidos, son El Manifiesto Comunista, El Capital, La Sagrada familia, La propiedad privada y el estado, sólo para citar los que mencionan las agencias internacionales de prensa.
El señor Altamirano, como es natural, asume la defensa de un modelo de sociedad que les proporciona bienestar, les permite seguir atesorando riquezas y gozar de todos esos privilegios que lamentablemente no tienen las mayorías poblacionales. La salud por ejemplo. Este caballero es un instrumento al servicio de las clases dominantes y lo podemos apreciar todos los días en los infames editoriales y en las calumnias, llamadas noticias, que se difunden en su medio publicitario. La conciencia que la burguesía tiene del carácter esencialmente transformador y absolutamente científico del marxismo, se ilustra en los esfuerzos permanentes por (primero) relegarlo a los “bajos fondos” del pensamiento, negándole un lugar en el espacio académico y, luego, al fracasar esta labor de aislamiento, por reducirlo a un simple antecedente, poco relevante, de lo que hoy trata de presentarse como una ciencia social unificada, y por encima de los conflictos de clase.
Cuando el señor Altamirano, insulta, denigra, a Marx, lo hace precisamente para negarle su condición de científico, de académico y pedagogo. Su perfidia, su extremismo ideológico, adquiere así perfiles de violencia inusitada, de amargura, de odio profundo y, contradictoriamente a lo que él afirma, se aleja con rapidez de los marcos del debate de las ideas. Es lo mismo que le ocurre cuando ataca y destila veneno contra el FMLN y su fórmula presidencial: no es capaz de encontrar al menos una propuesta buena, un plan digno de tomarse en cuenta. Siguiendo un guión, un libreto previamente diseñado por sectores oligárquicos, acusa de “comunistas”, de “rojillos” a todas aquellas personas que dentro del sistema y de las mismas reglas impuestas por la burguesía, tratan de impulsar cambios en la sociedad y llevar esperanzas a una población ya cansada de que los mismos políticos les ofrezcan “compromisos que ahora firmamos y mañana cumplimos”, o eso de “construir un país más justo”, cuando ni siquiera se ha tenido la decencia de dotar de medicinas baratas y de mala calidad a los hospitales. Los ataques despiadados del director de el diario de hoy, incluso alcanzan hasta la presidenta de la Defensoría del Consumidor, a quien repetidamente ha llamado “la comisionada roja”, sencillamente porque esta funcionaria se ha atrevido a denunciar los constantes abusos cometidos por algunas empresas al subir descaradamente los precios de los artículos, falsificar los productos, o engañar a los usuarios con los pesos y medidas.
Lo cierto es que la teoría de Marx, sin ser conocida a plenitud se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas. ¿Y cómo puede ser esto si los pueblos como el nuestro no han estudiado el marxismo? Es muy sencillo: la explotación, las desigualdades sociales, la plusvalía, la marginación económica y la opresión política, descritas tan sencillamente por Marx y Engels, se materializan en el diario vivir de la gente cuando no tienen dinero para comer, educar a sus hijos o para llevarlos a una consulta médica. “El hambre es bruta”, expresan las personas; “está cara la vida, ya no alcanza el dinero”, dicen otras. Esto no puede llamarse marxismo, es simplemente una realidad que afronta diariamente el pueblo. Son personas como Altamirano y todos esos testaferros, mercenarios de la palabra y lacayos, los que con sus mentiras, sus difamaciones, van pavimentado la ruta del progreso, por no decir marxismo, en América Latina.
El intento de la fórmula presidencial de Arena por diseñar una alternativa a la crisis social y política ha sido insistentemente presentada como salida democrática que habrá de conducir a una nueva forma de hacer gobierno, a la formación de de una nueva sociedad “ni capitalista ni comunista”. “Un gobierno ciudadano”, expresa el tránsfuga de Zablah. ¿Cómo será eso? De verdad que estamos ante verdaderos genios de la política, grandes pensadores a cuya sombra Marx y Engels se “quedarían chiquitos”. Es quizás por ventura el tercer camino que en su momento ensayaron los populistas en Perú o quizás el socialismo popular impulsado por Gaddafi en Libia. Nada de eso, el populismo, la demagogia, son estrategias, simples medidas, para mantener su dominación sobre el pueblo y continuar con los privilegios para los sectores burgueses. Tanto Ávila como Zablah son simples peones en esta batalla que afronta la oligarquía. Lo que no alcanzan a comprender estos caballeros es que el modelo tan desigual que tratan de maquillar con supuestas alianzas y “acuerdos con diversos sectores de la sociedad” ya tocó fondo y no existen parches para hacerlo agradable y potable a las urgentes necesidades de la gente.
Términos como eficiencia y productividad, que en su momento pudieron ser vendidas dentro de una política económica de claro corte desarrollista y tecnocrático, ya no funcionan, pues los mismos pueblos han entendido que su miseria, su inmovilidad y su estancamiento se deben única y exclusivamente a los modelos aplicados por la oligarquía y las empresas transnacionales. Arena ha sido el instrumento para perpetuar el sistema; pero el tiempo se les ha terminado, y por más inventos que se les ocurran, no podrán contener su caída. Altamirano hace “la lucha” desde su trinchera; lo mismo hace la ANEP, la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador, FUSADES y la Asociación Salvadoreña de Industriales; pero las contradicciones son tan evidentes, lo mismo que la descarada hemorragia producida al mismo aparato gubernamental y estatal que ellos han construido. Un ejemplo nada más de los tantos que existen: el sistema privatizado de las pensiones les reporta anualmente millones de dólares en intereses y comisiones a sus propietarios, como al tristemente célebre Alfredo Cristiani.
Nada más estos apuntes para ilustrar cómo Arena y sus testaferros deforman la realidad y con base en la difamación, en la propaganda negra y las campañas sucias pretenden continuar manteniendo el control del aparato estatal, no está en juego el económico porque esa burguesía no se elimina tan fácilmente y ustedes lo están viendo con la actual campaña para elegir al nuevo presidente de la república. El viejo Carlos Marx, sin embargo, puede seguir descansando en paz, pues sus ideas, su programa económico, su inmenso aporte a las ciencias económicas, están más vivos que nunca.
Por Pocote del blog http://el-salvador.blogspot.com/
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